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La reina de mis mariposas: Desnudez 4ª P.

La reina de mis mariposas : Desnudez

Llamé a Michelle una tarde en la que el cielo era cenizo y las nubes parecían círculos de humo que, en lugar de ascender, descendían hacia mi mente, esa mente emborronada de niebla que parecía perderse tras el cristal de la ventana. Aunque aparentemente era una estampa sumamente triste, dentro de mí había miles de alas repletas de color batiéndose con fuerza.

Recuerdo que fueron tres tonos y medio los que tuve que esperar, tres tonos y medio en el que ese timbre agudo parecía decirme: su voz, su voz se ha esfumado como la niebla que intentas atrapar con los dedos, esa voz no te hablará a ti; probablemente esté demasiado ocupada mientras pinta el cielo con el humo que desprenden sus labios de cereza, ¿no ves el tono rojizo en el horizonte?

Casi perdida la esperanza, Michelle cogió el teléfono y con una voz agitada exclamó:

-¡Hola! Perdona, es que estaba en la bañera y he tenido que ir corriendo a la habitación a por el móvil, ahora la casa está llena de espuma, ¡tendré que fregarla rápido antes de que vengan mis padres! Aunque quizá no necesitabas saber tanta información.- Y se rió suavemente.

Como suele ocurrirme, mi imaginación se disparó tan sólo en la primera frase. Podía visualizar a Michelle dándose baños de espuma, cogiéndola entre sus húmedas manos y soplando, creando pompas de jabón que flotaban por todo el baño, reflejando en diversos colores a esa Michelle semidesnuda como una Venus de Botticelli recién salida del semen de un dios. Seguramente todo su cuerpo olía a pétalos de rosa y de jazmín, ese cuerpo suave como la seda que antes tejían sus mariposas para vestirla.

- Tranquila, no hacía falta que lo cogieras si estabas ocupada, no era muy importante. Es que como hace unos días que no hablamos empezaba a echarte de menos. Sin tus palabras parece que todo está más nublado, la vida tiene un toque más sombrío, y aunque no te conozca mucho, en cierto modo me alumbras los días.

- ¡Ya lo sé! ¡Lo siento mucho! Es que esta semana he tenido un montón de exámenes y no he tenido tiempo de nada. Lo peor es que cuantas más cosas tengo que hacer, más ideas hay en mi cabeza que necesito exprimir. Mis necesidades primarias empezaban a no ser tanto comer, como escribir, dibujar, hacer fotos… cualquier cosa artística que hiciera que me sintiera útil y no como una a tonta perdiendo horas frente a los apuntes, memorizando y memorizando sin parar. ¡Es que eso no sirve de nada! ¿No crees? ¿No te desesperas cuando te tocan profesores así?- Tras una breve pausa y con una voz de preocupación prosiguió- ¡Pero qué maleducada soy! Yo también te echaba mucho de menos, es como si me hicieras falta constantemente, y es raro porque apenas nos conocemos pero es así.

La conversación no duró mucho pero dejamos algo en claro, nos echábamos de menos y al día siguiente podríamos quedar un par de horas antes de que nuestras vidas llamaran a la puerta. Desde que Michelle colgó el teléfono estuve muy inquieto. Aunque solía verla por las mañanas en la parada del autobús, ahora era diferente; Michelle sólo estaría para mí y yo para ella.

Recuerdo que estuve todo el resto del día y la mañana del siguiente escuchando canciones sin parar para amenizar un poco la espera , por un lado iba pensando en qué haríamos, de qué hablaríamos y me imaginaba una situación ficticia bastante probable; sin embargo, tampoco quería pensar demasiado, quería que su magia me embriagara fuera la situación que fuese. Cuanto más se acercaba el momento más temía que sucediera cualquier cosa y no pudiéramos vernos, por suerte no hubo ningún imprevisto y yo llegué puntual al encuentro.

Como Michelle siempre llegaba tarde, tuve que esperar un  cuarto de hora hasta escucharla aparecer con su característico sonido de cascabeles. Estaba preciosa, como todos los días. El sol era quien brillaba sobre su pelo, sus ojos estaban pintados de un azul oscuro y plateado y parecía que las luces solares y lunares me eclipsaran. Creo que pude empezar entrever las alas de mariposa en  su sombra, bajo el vestido, y empecé a dibujar la silueta de su cuerpo en mi cabeza. Con cada palabra que decía mi mente iba eliminando una prenda de ropa hasta el final. A mí me gustaba que Michelle estuviera desnuda, desnuda de prejuicios, de maquillajes y de atuendos que pudieran afear su desgarrador cuerpo de nínfula.


Sophía

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