Sueños entre amaneceres y anocheceres
Hoy también es tarde, exactamente
igual de tarde que el otro día, pero hoy estoy más cansadita, y puedo sentir
cómo se me van durmiendo las partes de mi cuerpo, ¡llevo un buen rato esperando
que se duerman todas y así poder salir volando de aquí! Pero nada, son unas
caprichosas malcriadas y se me resisten. Así que aprovecho el poco consciente
que me queda para volver, o alejarme, de mi mundo particular y mágico.
Hago tantas cosas últimamente:
escribo,voy al cine, hago muchas fotos,canto,me río, dibujo, pienso, sueño…
¡hasta hago vídeos de mis canciones de disney! Pero no sé, por otro lado,
siento que no hago nada… que soy demasiado pequeñita, demasiado insignificante,
demasiado poco. “Demasiado poco” es una expresión muy rara… pero sí, podría definirme así, si es que se
pueden definir las cosas de alguna manera.
Releyendo por milésima vez el
Principito, me di cuenta de que sus cuarenta y tres amaneceres, son mi día a
día. El día empieza feliz, pero cuando noto que el sol se me va desvaneciendo,
que realmente no está, que ya no queda nada de él, entonces cojo mi silla y
avanzo unos pasos, huyendo de la noche, de las sombras, de las pesadillas que aún
hoy siguen atormentando mi mente.
Si todo se nubla, pienso que puedo
avanzar, pero creo que avanzar hasta cuarenta y tres veces en un día, es
demasiado. Por eso estos días he decidido sentarme y esperar y así, frente a mis ojos va amaneciendo también en mi
interior, y luego se pone el sol y anochece, y vuelve a amanecer, y así
sucesivamente hasta que ya no quedan lágrimas ni palabras, entonces bajo la
tapa del portátil, lo dejo en el suelo, al lado de la cama, me abrazo a una
camiseta, y cierro los ojos, pero sólo sigo viendo amaneceres y anocheceres,
esta vez con la humedad contenida en los ojos
que ya no tiene fuerzas para salir. Cuando me voy abandonado y dejo de
pensar, ya no soy demasiado poco, porque demasiado y poco son antónimos, y yo
no soy antónimo cuando duermo. Al dormirme sueño, y si sueño puedo ser
cualquier cosa que quiera, puedo sentirme bien, puedo tener los amaneceres o las auroras boreales que me apetezca, puedo
llamar a mis luciérnagas y que iluminen todo, puedo hablar por sueños, y puedo
sentirme inmortal.
El Principito sigue siendo mejor
cuando es leído en voz alta... Por eso cuando estoy enferma (que suele ser muy
muy muy a menudo) siempre lo recojo de la estantería, y me pongo a leer el
capítulo del cordero, de los cuarenta y tres amaneceres, de la rosa, del
farolero, del zorro… y cuando acabo, suspiro, cierro mi libro repleto de
pétalos de rosa, y lo vuelvo a depositar en mi estantería. Para el mundo
ese hecho es insignificante, pero yo puedo sentirme muy grande por dentro, y
para una personita tan pequeña como yo, eso es algo muy importante. Cuando yo
soy el Principito, cuando me recuerdo, cuando me doy cuenta de que ser
“demasiado poco” es más importante que ser lo contrario, siempre sonrío.
¿Qué quiero decir con esto? Todo y
nada. Todo y nada cuando todo es nada y nada es todo, cuando las cosas no son
realmente lo que parecen ser: las cosas son y no son, son cuando yo las sueño
así, pero si no las sueño no pueden ser… Así que por eso sueño
tanto, porque para mí soñar es una forma de vivir. ¡Piénsalo! Ocho horas de
sueños todos los días pueden aprovecharse más que las horas en las que vivimos
despiertos, y si sueñas despierto, puedes estar soñando unas diecisiete horas
al día, así que durante unas cinco horas uno puede fingir perfectamente ser una
persona madura y coherente, que sabe de lo que habla cuando no tiene ni idea,
(porque eso es lo que hacen todos los mayores). Por eso yo no soy mayor,
siempre seré la niña que vive entre las páginas decoradas con pétalos de rosa
de una estantería en la habitación. Y no creo que eso sea malo, creo que es una
decisión muy sabia, porque así soy libre de coger mi silla y avanzar unos pasos
para ver amanecer, o por el contrario quedarme a contemplar las estrellas
mientras me susurran secretos al oído.