La reina de mis mariposas: Reflexión 3ª P.
La
reina de mis mariposas : Reflexión
Ya eran muchas las palabras
compartidas entre Michelle y yo todas las noches, muchas conversaciones a
través de la pantalla del móvil y más adelante del Facebook, muchos
sentimientos nuevos, frescos y dulces que surgían en cada mensaje; momentos
únicos que no podría olvidar jamás.
No sé, podía pasar todo el día y
no sacarla de mi cabeza, hiciera lo que hiciera, en el fondo de mi mente
siempre estaba el ¿qué estará haciendo Michelle ahora? Quizá se había convertido en mariposa y
estaba en un hermoso jardín de lirios, pintándose los labios con pétalos de
amapola, cantando al viento junto a los gorriones a los que acaba de alimentar
con migajas de pan. Luego, sentada en el sofá, escribiendo, mirando por la
ventana, empañando el cristal con su oxígeno. Y más tarde durmiendo, en una
cama con sábanas parisinas y dosel blanco como si fuera la de una princesa de
porcelana.
Así que todo el día visualizaba
situaciones imaginarias que me alegraran las horas. Recuerdo que siempre que
llegaba a casa después de las clases me conectaba rápido con la esperanza de
que Michelle estuviera esperándome, me alegraba mucho ver que en efecto ahí
estaba, y yo quería pensar que era por mí.
Hablábamos toda la noche, a veces se nos hacían la una de la mañana, las
dos, las tres, las seis… compartiendo palabras, momentos, impresiones
recíprocas y algún debate que otro. Aunque yo me moría de sueño por las mañanas
merecía la pena, porque había sido una velada valiosa, una velada en la que
podía ir saboreando lentamente a mi pequeña hada insondable. Aún pasados los
años creo que no terminé de conocer del todo a Michelle, siempre quedaba ese
halo de misterio en sus grandes ojos de nínfula: marrones, verdes y amarillos.
Cuando me dio el Facebook, a
diferencia de lo que mis impulsos decían, no quería empezar a buscar todo de
ella, porque como ya he explicado, quería ir desentrañándola paulatinamente,
quería catar sus mariposas, una por una, con un cuidado infinito. Quería que
ella se descubriera ante mí, que se convirtiera en mi reina con cada palabra,
cada instante, cada llamada de atención. Así, poco a poco, fui descubriendo su
amor por el arte, su admiración por lo antiguo y lo nuevo, simultáneamente; su
pasión por ser artista y musa, por posar y fotografiar, contemplar la belleza
de un lienzo y crear otro, escuchar música y cantar, pero mi momento culmen fue
cuando descubrí su pasión por escribir… ese vínculo común entre ella y yo, que
nos diferenciaba del resto del mundo aun siendo exactamente iguales que el
resto. Pude entender los suspiros cuando el día era nublado y la melancolía se
respiraba en el aire, las miradas perdidas tras la ventanilla, los sentimientos
que transpiraban de su cuerpo con su simple movimiento, todo, toda ella,
Michelle, en una palabra era Arte.
Así que podría definirme como un
espectador de todo ese arte pasional y polifacético; como alguien que se
descubre ante una obra de cualquier tipo, como el maniquí que mira la calle a
través del cristal diciendo: ¿cómo algo tan vivo, tan hermoso, puede fijarse en
mí, si únicamente soy un mero observador de plástico?