La reina de mis mariposas: Inocencia 5ª P.
Adoré a Michelle esa tarde
y desde entonces no he dejado de hacerlo. Íbamos paseando por el centro y
me sentía más vivo que nunca, podía sentirme y sentirla: sentía que tenía
pies, manos, brazos y piernas , también ojos, labios, orejas y nariz; podía
sentir el corazón en llamas bajo el pecho, sentía el aire frío que hacía que el
precioso cabello de Michelle quisiera volar, y cómo su vestido azul se elevaba
de vez en cuando.
-Tenía muchas ganas de quedar contigo, estaba realmente nerviosa, ¡esta noche no he dormido nada! ¿Te lo puedes creer? Siempre me pongo así por todo, las cosas me hacen tanta ilusión, desde que era pequeñita he sido muy peculiar en eso, mientras los demás niños dormían yo tenía los ojos como platos para ver qué iba a pasar.
Me reí
porque Michelle era tan adorable que era imposible no tener la sonrisa dibujada
todo el tiempo.
-¡Eso es muy bueno! Significa que tienes muchas ganas de vivir, o mejor dicho, que estás realmente viva. Desde el primer día que vi me percaté de ello. Me dije: Esa chica… esa chica seguro que será alguien importante en el mundo. Y estoy seguro de que no me equivoqué. – Miré a Michelle de reojo y para mi sorpresa tenía las mejillas sonrosadas.
- -Gracias,
yo no pensaba que pudieras fijarte en mí, aún me queda tanto por aprender y por
descubrir que siempre me parece raro que pueda llamar la atención, y más a ti,
pareces muy listo. Supongo todos los raritos nos sentimos un poco así, quizá
algo insignificantes cuando nos damos cuenta de la grandiosidad de lo que
nos rodea, a veces todo parece que nos supera, parece imposible poder llegar a
ser alguien, además, ¿alguien en qué? Hay personas míticas en la historia que
son “alguien” pero son malvadas. Hay “alguienes” que dan tanta vergüenza que
ojalá fueran “nadies”. Yo prefiero seguir siendo pequeñita, seguir siendo ese
ser insignificante que puede hacer pequeñas cosas buenas, y aunque sea, llamar
la atención a otra persona rarita que se sienta como yo, y que de ese modo,
podamos comprendernos entre la grandiosidad del mundo. – Bajó la mirada apurada
y dijo entrecortadamente.- Espero no estar aburriéndote, creo que estoy
hablando demasiado, cuando estoy nerviosa no callo, dime que pare cuando me
exceda que luego me da una vergüenza terrible.
Yo no
quería que Michelle parara, ahora que había contemplado su mente en sus labios,
y su corazón en sus palabras, no podía atisbar la realidad con su boca
silenciada. La voz callada significaría volver a las paradas de autobús
solitarias, y al cielo apagado envolviendo la calle.
La
conversación fue transcurriendo de la misma forma en que las nubes ibas
paseando sobre nuestras cabezas. Hablamos de tantas cosas y a su vez de tan
pocas. Sus pensamientos parecían fundirse con los míos, se compenetraban
tan bien que hasta podían enredarse entre ellos y no atisbar la diferencia, y
eso en unas primeras conversaciones era una gran señal. Siempre supe que
Michelle iba a ser alguien y, en cierta manera, esas palabras compartidas lo
cercioraban.
Cuando las
nubes dejaron de verse, pregunté a mi compañera algo que me había tenido
intrigado toda la tarde:
- -Pero
tú pareces muy joven, no puedes tener más de veinte años, ¡parece increíble!-
Parecía increíble pero a su vez era comprensible, esa vitalidad, esa energía
que desprendían sus movimientos, sólo podía significar que, aun no llevándonos
mucho, estaba mucho más próxima a la dulce infancia que yo. Eso siempre me
gustó, podía abandonar mi sobriedad, la soledad que me había alejado de esos
tiempos tiernos, y reír con su sonrisa y sus reflexiones alocadas.
-
- -¡La
edad!- Exclamó con un tono sarcástico.- La edad es lo más relativo del mundo.
Te aseguro que he conocido cuarentones de seis años y niños de setenta. No
importa tanto la edad que tengas, sino cuántas edades puedas abarcar sin abandonarte
a ti mismo.
- -Ese
es un pensamiento muy curioso, pero yo matizaría en que, más que en la edad, el
problema reside en la madurez. No dejar de ser paradójico que personas adultas
muy bien integradas en la sociedad sean mucho más inmaduras e imprudentes que
la mitad de niños del colegio de mi barrio.
- -Sí,
tienes razón, pero yo me refiero más a la forma de vivir, podría ponerme de
ejemplo, ¡mírame! Vivo como si fuera pequeña, puedo reír y bailar entre las
nubes como los niños, columpiarme soñar y verlo todo con los ojos de la
inocencia; pero también puedo ser gruñona y cascarrabias como un abuelo de
setenta y tener las ganas de comerme el mundo de alguien de mi edad. He ahí la
clave, vivir con todas las edades posibles, porque el número lo inventamos
nosotros. Por eso me parece ilógico acomplejarse, hay tantas personas que se
obsesionan y acomplejan con estas cosas, y me da pena porque eso significa que
no saben vivir con la pluralidad que la vida te presenta… y eso es muy triste,
¿no crees?
Esa conversación
quedó grabada en mi memoria, aún escucho esa última frase en mi mente de vez en
cuando. Ojalá todas las personas tuvieran esa visión tan fresca y amplia.
En cierto modo, yo mismo la he llegado a envidiar en muchos momentos de mi vida.
Pero para Michelle era tan fácil vivir como para mí contemplarla desde lejos y
pensar: ¡qué pequeña mariposa tan grande!
Sophía