Wendy
Wendy:
Releyendo mi blog secreto, entre
obscuridades, vampiros, y laberintos
negros, iba pensando en mi yo, y en los diferentes “yo” que somos a lo largo de
nuestra vida. Se supone que las personas evolucionamos, vamos creciendo (a
veces de-creciendo), maduramos y nos estabilizamos. ¿Seguro?
¿Realmente crecemos? ¿Y si en
lugar de crecer nos estamos haciendo más pequeñitos? ¿Y si nos estamos
olvidando de nosotros mismos? A veces, tengo tanto miedo de crecer y de hacerme
mayor, de pensar como una persona adulta y olvidar que lo importante es vivir
cómo esa niña que cree en los detalles mágicos de la vida. Pasan los años, y
aunque aún ni he llegado a la veintena, me siento distinta, ¿por qué? ¿Soy distinta? ¿Cómo puedo compararme?
Físicamente sigo midiendo lo mismo, sigo igual de rubia, con el cuerpo de mujer
y esta cara de niña que no me quita nadie, sigue apareciendo la misma sonrisa pícara cuando se me ocurre alguna maldad
inocente y me muerdo el labio inferior cuando algo me preocupa. ¡En el último año hasta me ha menguado el pie
dos tallas!
La locura permanente que ya
asomaba cuando era pequeñita y me hacía cometer mil travesuras, sigue siendo
parte de mi día a día. Río por tontadas y lloro por cosas serias. Sigo
poniéndome enferma cada dos por tres y, por tanto, necesitando leer libros en
voz alta. Bailo sola, canto en compañía y paseo en mi cabeza.
Pienso mucho, dejo de pensar, a
veces duermo y a veces tengo los ojos como platos toda la noche. El mundo gira
y gira dentro de mi cabeza preguntándome:
¿estás viviendo bien? Y la verdad es que no lo sé pero, ¿quién lo sabe?
¿Tú lo sabes? ¿Ellos lo saben? ¿Alguien sabe algo alguna vez? Entonces, cuando
ya no sé nada, pienso en el pasado, en lo vivido, en el presente y en el ahora…
Ahora está llegando la primavera,
y ya hemos cambiado la hora, la época de fresas y de cultivar florecitas ha
llegado, la época de los vestidos, las medias y las gabardinas finas (o gruesas
si sigue este maldito viento). Y con cada cambio de hora, yo cambio, como el
reloj. Pero una vez que llego a las doce en punto vuelvo a empezar otra
vez, y es hora de volver a bailar sola,
de columpiarme, de correr por el parque y de crecer o de-crecer, de nuevo.
Sophía