La reina de mis mariposas: Besos difuminados. 7ª P.
La reina de mis mariposas:
Besos difuminados
7ª P.
7ª P.
¡Qué frío hacía en aquella noche de abril! La luna vigilándonos y
nosotros corriendo bajo la luz de las farolas por el parque. Cogí a Michelle de
las manos y empezamos a dar vueltas sobre nosotros: Michelle giraba, su cabello
giraba, sus ojos giraban, su risa giraba y sus alas de plata parecían empezar a
desplegarse. En cualquier momento saldríamos volando de allí, volaríamos hacia un
lugar sin tiempo, sin cosmos, sin universos y satélites que pudieran estar
observándonos. Volaríamos… volaríamos más allá del firmamento, de las
estrellas, del cielo, de los planetas y del sistema solar.
Todo daba vueltas, nada permanecía en su sitio, todo estaba borroso,
como si una perspectiva aérea fuera
avanzando hacia nosotros difuminándonos poco a poco. Lo único relativamente
estático era la silueta de Michelle frente a la mía. Me quedé prendido en su
mirada, los árboles más cercanos comenzaron a bailar a nuestro alrededor
mientras nos silbaban en mí menor, Michelle reía y yo acariciaba la joven y
suave piel de su rostro.
En un instante involuntario mis labios se acercaron a
sus labios, mis manos se enredaban entre su pelo, y terminamos
desvaneciéndonos entre todo, entre nada, entre todas las cosas que ahora ya ni
merecían la pena. Había música sonando en mi cabeza, música que probablemente
no existía pero la saliva de Michelle junto a la mía la despertaba. Ella tenía
los ojos cerrados, yo los iba entreabriendo de vez en cuando para cerciorarme
de que aquello no era una fantasía, para asegurarme de que mi inconsciente no
me traicionaba y todo era tan real como la risa de Michelle en mi cabeza.
Jamás pensé que pudiera existir algo tan hermoso, pero ahí estaba,
prácticamente siamesa de mí, bailando en el aire, desnudándose en sentimiento, susurrándome
los secretos del universo en mis labios. La humedad de su lengua contactaba con
la mía y una explosión de luz radiaba desde nosotros, porque ella parecía
brillar entre el mundo y fue entonces cuando me introduje en el infinito.
Las piezas del puzzle por fin encajaban, el rompecabezas de mi
existencia comenzaba a tener sentido, y todo comenzó con ese sabor a cereza que
se fundía en mi boca. En ese instante empecé a amarla:
-No te vayas nunca de mi vida.
-No tengo intención de hacerlo.