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LA REINA DE MIS MARIPOSAS: CHOCOLATE... 10ª P.

LA REINA DE MIS MARIPOSAS:
CHOCOLATE...
10ª P.

La verdad es que Michelle y yo no hacíamos nada del otro mundo, sin embargo, cada instante parecía guardarse en un álbum de fotos imaginario, y cada pequeño detalle iba completándolo como fotografía a fotografía. 

En nuestra séptima cita fuimos a una cafetería, no puedo recordar exactamente cómo llegamos allí, parecía el comienzo de un sueño en el que te sitúas en un espacio a mitad de la acción, por lo que en mi mente sólo perdura lo siguiente:

Ella dejó el café en al mesa y con la otra mano apartó la espuma que coronaba sus labios. Mientras, no dejaba de mirarme y sonreía. Parecía querer decirme algo y no poder, porque sencillamente no hacía falta: era mejor aferrar la tarta de chocolate que se fundía en la mesa y reír.

Michelle adoraba la tarta de chocolate, como todas las cosas dulces que la rodeaban, y yo, que empezaba a acostumbrarme a esas mañanas azucaradas de mayo, únicamente podía esbozar sonrisa tras sonrisa, y sumergirme en su mundo como las virutas de chocolate en la nata del capuchino.

Me gustaba verla feliz. Sus ojos brillaban iluminando la cafetería, y por un segundo, el diluvio que caía ahí afuera simplemente dejaba de existir. Era como ver abrirse una flor, como los primeros rayos del sol del verano. Mi reina de mis mariposas  se manchaba de café y chocolate, y el mundo sonreía divertido al mirarla.

De repente, Michelle me dio un beso dulce, como siempre, pero esa vez tenía un toque chacoloteado. Sonaba Leonard Cohen de fondo, junto a la cafetera hirviendo, el sonido de las cucharillas en las tazas  y los señores que pasaban las hojas del periódico de la mañana; sin embargo, por mis oídos sólo penetraba la risa de Michelle que siempre se descubría tras un beso.

Sentía que la guitarra junto a todos esos sonidos matutinos, me decían lo que debía hacer, me instaban, le daban sentido a mis actos, así que acerqué mi silla a ella cuando apuraba el último trozo de la tarta. Cogí su mano y le susurre a su oído: "no te marches de mi vida"; y le besé en la mejilla mientras me miraba, deslumbrada sin saber ni qué decir. 

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