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Autorretrato:

Hoy me siento frente a un cuadro, un cuadro que miraré durante dos cortas horas.

Lentamente, voy sumergiéndome entre las débiles gotas de lluvia, mis ojos se funden en la imagen, creando una mezcla indisoluble de amargura y poesía, de pintura y negativos.

Puedo ver los caprichosos labios rojos de Amélie, que sonríen mientras circulan en bici por Montmartre, es allí el lugar donde las parejas pasean, en un abril lluviosamente impresionista. “Soñemos otra vez con París”, debería ser la frase que titule este marco, sin embargo el sombrero negro ha volado con Los Pájaros de Hitchcock y París se ha quedado atrás.

El tinte es carmesí de nuevo. Los días rojos con un café frente a Tiffany's recuerdan la medianoche. Ahora es la Quinta Avenida quien pinta sus baldosas amarillas, ahumadas por un corazón caduco. En este momento, el paisaje parece la melancolía de Neruda; en este instante ella es un retrato de Munch, de trazos finos y de circunstancias difuminadas, situada sobre un fondo de nubes surrealistas.

El tocadiscos del anticuario de la esquina gira sobre Edith Piaf y un cantautor olvidado recuerda Varsovia sentado en el suelo. Ya no queda nada.

Quizá todo está difuminado y el tiempo es una invención del extranjero de Camus, quizá la Nada domina la estancia, la lluvia no existe y únicamente son lágrimas las que caen sobre París. Quizá las dos horas ya han pasado y puedo levantarme.

Ahora, voy dejando atrás ese cuadro sin pintura y con cristal, ese enmarcado amasijo de dudas que tan solo es un reflejo, un simple autorretrato.

Sophie
                 

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