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Dulce Aurora

Dulce Aurora:


Érase una vez… érase una vez un sueño, un sueño que se difuminaba entre la tinta de un libro abierto.

El libro se hallaba repleto de humo, y el humo iba deslizándose sobre las hojas aún por escribir, dejándonos así una historia por concebir. Fue ese mismo humo quien inició el precioso cuento, aumentando tras las pisadas de una dulce niña insomne, bella y gentil, perdida en un bosque demasiado tenebroso y cruento, para alguien tan débil y febril.

Aurora se llamaba la niña, Aurora como el alba que teñía de luz el día. Aurora que se enfrentaba a las tinieblas que en su corazón habitaban. La niña andaba despacio, retomando sus pisadas, y las ramas secas desprendían el humo que estaba vagando por su historia.  -¡Corre pequeña Aurora!-.  Susurraban los búhos a los que iba dejando atrás: -¡No te detengas frente a los fantasmas jamás!-.

Y así, la joven Aurora empezó a correr intentando esquivarles, entre las enredaderas de espinas y los cuervos negros que la seguían entre las copas de los árboles.  Aurora estaba perdida, de eso no había duda, estaba tan lejos de su hogar que su mente había abandonado su cuerpo en ese sombrío lugar que sobre ella se ceñía,  invadiéndola de amargura.

La luna empezaba a asomarse y las fuerzas comenzaron a fallarle, la princesa cayó sin remedio al suelo, sobre las raíces de un árbol misterioso y mágico que parecía arroparla de aquel destino trágico.

Aurora  sin darse cuenta de que había luces en el cielo, permanecía paralizada en su pesar, y las luciérnagas entre la penumbra decidieron  iluminar a la princesa  que lloraba sin consuelo. -¡No llores querida, nosotras te protegeremos!-. La niña abrió sus párpados, quedando atónita  y murmurando:-¿Quiénes sois? ¿Y cómo me habéis encontrado?

Más las luciérnagas no contestaron y simultáneamente un rastro de luces sobre el camino establecieron. ¡La pequeña princesa ya estaba a salvo! O al menos, de momento...

Continuará…



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