Tú nunca serás Rebecca.
Tú
nunca serás Rebecca.
Tú nunca serás Rebecca. Ni
siquiera tienes un nombre como el suyo, eres un fantasma de carne, y ella
está viva en el aire.
Tú
siempre odiaste a Rebecca, porque ella era perfecta, preciosa, inteligente y
maquiavélica. Desafiante. El único desafío con el que querías jugar en
realidad.
Y
aunque lo intentes, aunque intentes firmar como ella mientras te acaricias el
pelo, aunque intentes imitar su letra cursiva, desbordar pasión en tus versos…
ni siquiera puedes hacer que lloren con tus palabras.
¡Vístete
con sus vestidos de flores! ¡Aclárate el pelo como si el sol quisiera brillar en tus
gruesos cabellos! Posa con sus sombreros de forma natural y carismática en los
retratos, ¡y deja que él se piense que eres como ella! Que la puedes sustituir.
Pero en el fondo, hasta los criados saben que no eres ni siquiera un reflejo de
su mirada, de su risa de niña…
Tú
quieres respirar como ella o más bien dejar de respirar como hizo ella, de
repente, sin avisar. Desmoronarte como la princesa que nunca fuiste en la
tierra en la que nadie te quiso… ¿No? ¿Segunda Señora de Winter?
Tú
siempre odiaste a Rebecca. ¿La odiaste? Ni siquiera puedes hacerlo…
La
sigues amando en tu dulce obsesión por odiarla. Y si no, ¿por qué piensas en ella cuando lo besas? ¿Por qué
sigues guardando sus pañuelos bordados...?
S.