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La reina de mis mariposas: La Rosa 10ª P.1

La reina de mis mariposas:
La Rosa
9ª P.1

Recuerdo que estaba yo tirado en el sofá, con el portátil a punto de morir sobrecalentado sobre las rodillas, y escuchando las nuevas cancioncillas indies que circulaban por Spotify, cuando llegó un mensaje al facebook de mi querida mariposa real. Habían pasado dos días desde el bonito incidente del parque durante la media noche y aún estaba en ese impás entre lo real y lo bucólico.

-¡Hola! Hace un par de días que no nos vemos y ya parece que hayan pasado años-. Lo cierto es que mi concepción de tiempo estaba bastante dispersa desde entonces, pasaba las noches despierto y las mañanas en el ensueño de esa noche mágica.

-¡Sí! La verdad es que sí que lo parece. ¿Sugieres algo para parar los relojes otra vez?

-¡Uy! Pues había pensado en ir al vivero por la mañana, ¡si quieres venir conmigo sería genial!

-Hace que no voy al vivero años, si es que mis padres pasan bastante con esto de las flores, que luego se llena todo de tierra y es un asco, ¡escobando todo el día! 

-Jajaja, pues como todos los padres, aunque esta vez tendrán que fastidiarse porque te pienso comprar un rosal.

-¿Un rosal? ¿Quieres decir la planta entera?-Yo solo tengo un cactus rancio de estos que se suponen que son inmortales y está medio muerto-. La verdad es que a mí no me desilusionaba la idea de tener un rosal de Michelle, y que cada primavera floreciera como florece todas las mañanas mi mariposa al despertar, pero claro, tampoco iba a ponerme a gritar de euforia por ir a comprar flores.

-Claro que la planta entera, ¡como el Principito! No puedes cuidar a una rosa si no tienes un rosal, ¿no crees?

Me hizo gracia la respuesta, desde siempre El Principito había tenido un gran simbolismo para mí, había leído sus páginas con cuidado, había visto entrelíneas las imágenes que sólo el Principito comprendía, había reído con él viajando por todos los planetas, y había llorado con la muerte de su sonrisa. Realmente había un vínculo muy grande entre ese libro y yo, y ahora también lo había con otra personita más.

-¡Yo también adoro El Principito! Me has convencido, mañana pues vamos a por rosas, ¿a qué hora quedamos? Puedo pregunarle a mis padres si me dejan el coche-. Obviamente Michelle no me había convencido de nada, aún con mil cuchillos en la pierna y con las manos atadas, habría acudido a mi cita primaveral.

-Pues podríamos quedar a las diez, en ese anticuario que hay donde una parada de autobús en el centro.

-¡Muy bien! Te mando un whatssap si hay alguna novedad. Me tengo que ir ya a cenar que mis padres están poniéndose histéricos. ¡Un besito! 

Ya había cenado hace una hora, pero el corazón me estaba palpitando tan deprisa que en cualquier momento parecía que iba a explotar y llenar la habitación de sangre, como en alguno de los capítulos macabros de Dexter o Crónicas vampíricas. Aún quedaban once horas, si mi pulso hubiera seguido así probablemente me habría estampado con el coche en algún semáforo y mis días en el hospital habrían estado rodeados de lucecitas amarillas, rojas y verdes. Pero me decanté por ir a prepararme una tila y ponerme una canción de estas melancólicas que ponen en las películas.

Así que en la cama, con una taza descolorida en la mesilla, con el word dando problemas con sus "cuadros de diálogos abiertos" y la vocecilla del avast con sus actualizaciones de fondo, comencé a pensar en sentimientos escritos:

Todo estaba pasando rápido, quizá demasiado rápido, tanto que mi capacidad de asimilación todavía no estaba en funcionamiento. No había pensado con claridad en nada, entonces, ¿Michelle y yo estábamos saliendo? No nos habíamos pedido salir de una forma ortodoxa pero en cierto modo era obvio que sí, pero, ¿y si de repente llegaba yo como un tonto y me decía que olvidara lo de la otra noche? Además, ¿cómo podía saludarla? Le daba un abrazo, dos besos, un beso... ¡todo estaba tan confuso!

¿De verdad existía Michelle? Igual me había vuelto un neurótico que se imaginaba papeles escritos sujetos a una horquilla en las paradas de autobús, y que tenía conversaciones imaginarias. De nuevo abrí la mesilla de noche, comprobé que aún estaba ese bonito clip con una violeta sujetando el papel, y saqué el móvil para comprobar los whatssap. Todo parecía real, o al menos eso esperaba...

Sophía

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